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Fuente Ministerio de Interior de España

lunes, 2 de junio de 2025

No, no TODOS LOS NIÑOS SON TDAH

 


¿TODOS LOS NIÑOS SON TDAH? NO: A VECES, SIMPLEMENTE SON NIÑOS

Artículo científico con enfoque psicológico, psiquiátrico y pediátrico

Por Dr. Ramón Reyes, MD  

Introducción

En las últimas décadas, el diagnóstico del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) ha mostrado un aumento exponencial a nivel global. Conductas que históricamente se consideraban parte integral del desarrollo infantil —como la inquietud, la curiosidad, la distracción y el movimiento constante— son ahora frecuentemente catalogadas como síntomas de una patología neurobiológica. Este incremento plantea preguntas críticas: ¿es justificable esta tendencia diagnóstica? ¿O estamos patologizando comportamientos propios de la niñez? Este artículo examina, desde una perspectiva clínica, pediátrica, psiquiátrica y psicológica, las bases científicas del TDAH, los factores que contribuyen al sobrediagnóstico y las implicaciones de medicalizar la infancia.

I. ¿Qué es el TDAH? Definición y bases científicas

El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad es un trastorno neurodesarrollamental caracterizado por patrones persistentes de inatención, hiperactividad e impulsividad que son desproporcionados para la edad developmentally y que interfieren significativamente con el funcionamiento social, académico o personal. Su descripción clínica moderna se consolidó en el siglo XX, con referencias tempranas en trabajos como los de George Still (1902), quien documentó casos de niños con "defectos en el control moral" y dificultades atencionales.

Según el DSM-5-TR (American Psychiatric Association, 2022), los criterios diagnósticos incluyen:  

Inicio temprano: Síntomas presentes antes de los 12 años.  

Duración y frecuencia: Al menos 6 síntomas de inatención (p. ej., dificultad para mantener la atención, olvidos frecuentes, desorganización) o hiperactividad/impulsividad (p. ej., inquietud motora, interrupciones frecuentes, dificultad para esperar turno) durante un mínimo de 6 meses.  

Impacto funcional: Alteración significativa en el rendimiento social, académico u ocupacional.  

Contexto múltiple: Presencia de síntomas en al menos dos entornos (hogar, escuela, actividades extracurriculares).  

Exclusión de otras causas: Los síntomas no deben explicarse mejor por otros trastornos psiquiátricos, médicos o psicosociales.

Desde el punto de vista neurobiológico, el TDAH se asocia con disfunciones en los circuitos frontoestriatales y dopaminérgicos, particularmente en el córtex prefrontal y los ganglios basales, así como con alteraciones en los sistemas noradrenérgicos que regulan la atención y el control de impulsos (Faraone et al., 2015). Estudios de neuroimagen (p. ej., resonancia magnética funcional) muestran una maduración tardía de estas regiones en niños con TDAH, lo que puede explicar las dificultades en la autorregulación.

II. Epidemiología: ¿Una epidemia de sobrediagnóstico?

La prevalencia global del TDAH en niños en edad escolar se estima entre el 5 % y el 7 % según metaanálisis rigurosos (Polanczyk et al., 2015). Sin embargo, las tasas varían significativamente por región. En Estados Unidos, el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, 2022) reporta prevalencias superiores al 11 %, mientras que en Europa las cifras oscilan entre el 2 % y el 5 %, reflejo de diferencias en acceso al diagnóstico, criterios clínicos y actitudes culturales hacia la medicalización.

Esta variabilidad sugiere la influencia de factores no clínicos, como expectativas escolares, presiones sociales, acceso a servicios de salud y sensibilización pública. Además, el aumento en las tasas diagnósticas ha llevado a debates sobre una posible "epidemia" de sobrediagnóstico, donde conductas normativas se etiquetan erróneamente como patológicas.

III. Factores de sobrediagnóstico: la patologización de la infancia

Estándares de escolarización rígidos

Los sistemas educativos modernos exigen que los niños permanezcan sentados, quietos y atentos durante períodos prolongados, a menudo incompatibles con su desarrollo neuroevolutivo. Según estudios de neuropsicología, la capacidad atencional de niños entre 4 y 7 años varía entre 10 y 20 minutos, dependiendo de la motivación y el tipo de tarea (Rueda et al., 2005). La presión por cumplir con expectativas adultocéntricas lleva a que comportamientos como la inquietud o la distracción se interpreten como anormales, cuando en realidad reflejan la biología infantil normal.

Falta de formación en neurodesarrollo infantil

Tanto educadores como padres pueden malinterpretar conductas típicas del desarrollo —como la exploración activa, la impulsividad situacional o la distracción por estímulos novedosos— como signos de TDAH. Por ejemplo, la corteza prefrontal, responsable del control inhibitorio, no madura completamente hasta la adolescencia tardía o la adultez temprana (Gogtay et al., 2004). Esta inmadurez es normal y no debe confundirse con un trastorno.

Presiones externas: farmacéuticas y demandas institucionales

La industria farmacéutica ha promovido activamente medicamentos para el TDAH, como el metilfenidato y las anfetaminas, lo que puede influir en la percepción del trastorno. Asimismo, en algunos contextos educativos y de salud, etiquetar a un niño como "TDAH" alivia la presión sobre las instituciones para adaptar entornos o estrategias pedagógicas, desplazando la responsabilidad al individuo y fomentando la medicalización.

Influencias culturales y sociales

En sociedades donde se valora la productividad y el rendimiento académico desde edades tempranas, los niños que no se ajustan a estas expectativas son más propensos a ser referidos para evaluación. Esto se agrava en entornos con alta exposición a pantallas, donde la hiperestimulación digital puede imitar o exacerbar síntomas de inatención.

IV. Diagnóstico diferencial: ¿cuándo NO es TDAH?

Un diagnóstico preciso de TDAH exige descartar otras causas de los síntomas. Entre las condiciones que pueden simular o coexistir con el TDAH se incluyen:  

Privación de sueño: La falta de sueño afecta la atención, el estado de ánimo y el control de impulsos. Los niños necesitan entre 9 y 11 horas de sueño según la Academia Americana de Pediatría (AAP, 2016).  

Ansiedad infantil: Los niños ansiosos pueden parecer inquietos o distraídos debido a preocupaciones internas.  

Trastornos del apego: Problemas en las relaciones tempranas pueden manifestarse como impulsividad o hiperactividad.  

Altas capacidades mal gestionadas: Niños con coeficientes intelectuales elevados pueden aburrirse y parecer desatentos o disruptivos.  

Trastornos del estado de ánimo: La distimia o la depresión infantil pueden presentarse con irritabilidad o falta de concentración.  

Conflictos familiares: Situaciones como divorcio, abuso o negligencia generan estrés que puede imitar síntomas de TDAH.  

Hiperconectividad digital: La exposición excesiva a pantallas (videojuegos, redes sociales) altera la atención sostenida y puede confundirse con inatención clínica.

La evaluación debe ser multidimensional, integrando observaciones clínicas, entrevistas contextuales y pruebas estandarizadas.

V. La infancia como fenómeno biopsicosocial: ser niño no es un trastorno

El desarrollo infantil es un proceso dinámico influido por factores biológicos, psicológicos y sociales. El cerebro del niño, en plena neuroplasticidad, se adapta constantemente a estímulos externos. La corteza prefrontal, clave para la autorregulación, madura progresivamente hasta los 25 años (Sowell et al., 2003). Conductas como la curiosidad, el movimiento constante y la atención selectiva a estímulos novedosos son esenciales para el aprendizaje y el crecimiento, no indicadores de patología.

Como señala la neuropsiquiatra Maria Rita Parsi: “Hoy no tenemos más niños con TDAH, sino menos adultos capaces de comprender la infancia.” La infancia no debe medirse con estándares de comportamiento adulto, sino celebrarse como una etapa de exploración y desarrollo.

VI. Riesgos del sobrediagnóstico y la sobremedicación

Estigmatización precoz

Etiquetar a un niño como "hiperactivo" puede internalizarse, afectando su autoestima y autoconcepto. Esto puede llevar a una profecía autocumplida, donde el niño se comporta según la etiqueta.

Efectos adversos de los fármacos

Medicamentos como el metilfenidato (Ritalin, Concerta) y las anfetaminas (Adderall) son estimulantes del sistema nervioso central que mejoran la atención, pero pueden causar insomnio, pérdida de apetito, ansiedad, cefaleas, taquicardia e incluso retrasos en el crecimiento si se usan de forma prolongada o inapropiada (Storebø et al., 2015). Los efectos a largo plazo en el desarrollo cerebral aún se investigan.

Dependencia psicológica del rendimiento inducido

Los niños pueden llegar a creer que solo funcionan adecuadamente bajo medicación, minando su confianza en sus capacidades intrínsecas.

Reducción de la tolerancia social a la diversidad

La medicalización excesiva normaliza la idea de que cualquier desviación del comportamiento "esperado" requiere intervención, en lugar de aceptar la variabilidad natural del desarrollo humano.

VII. ¿Cuándo realmente debe sospecharse TDAH?

Un diagnóstico riguroso de TDAH requiere un enfoque sistemático y multidisciplinario:  

Evaluación pediátrica completa: Descartar causas médicas como problemas tiroideos, deficiencias nutricionales (p. ej., hierro, vitamina D) o trastornos del sueño.  

Valoración neuropsicológica estandarizada: Pruebas como el Wechsler Intelligence Scale for Children (WISC-V) o el Continuous Performance Test (CPT) evalúan funciones cognitivas y atencionales.  

Entrevistas estructuradas: Recoger datos de padres, profesores y cuidadores sobre el comportamiento en diferentes contextos.  

Cuestionarios validados: Escalas como Conners’ Parent and Teacher Rating Scales, Vanderbilt ADHD Diagnostic Rating Scale o el sistema EDAH ofrecen datos cuantitativos.  

Evaluación emocional y contextual: Analizar el entorno familiar, escolar y social para identificar estresores.  

Seguimiento longitudinal: Evitar diagnósticos precipitados; los síntomas deben observarse durante meses para confirmar su persistencia.

La combinación de estos métodos reduce el riesgo de falsos positivos y garantiza un diagnóstico fundamentado.

VIII. El rol del entorno: educar antes que medicar

El manejo del TDAH, cuando es genuino, debe priorizar intervenciones no farmacológicas antes de recurrir a la medicación:  

Escuelas flexibles: Ajustar las expectativas a los ritmos del niño, incorporando pausas activas, aprendizaje práctico y actividades que canalicen su energía.  

Padres conectados: Fomentar la comunicación emocional, rutinas consistentes y límites claros pero empáticos.  

Intervenciones conductuales: Terapias cognitivo-conductuales y entrenamientos en habilidades sociales ayudan a los niños a autorregularse.  

Apoyo pediátrico y psicológico: Profesionales capacitados pueden guiar a las familias para diferenciar comportamientos normales de patológicos.

El TDAH es una condición real que, en casos confirmados, puede beneficiarse de tratamientos farmacológicos y psicoterapéuticos. Sin embargo, no debe convertirse en una etiqueta genérica para niños que desafían las expectativas adultas.

Conclusión

Ser niño no es un trastorno. La infancia es una etapa de descubrimiento, movimiento y aprendizaje a través del caos. Si bien el TDAH es una condición neurobiológica legítima que afecta a un porcentaje de niños y requiere intervención profesional, el sobrediagnóstico y la sobremedicación amenazan con patologizar la esencia misma de la niñez. Necesitamos entornos educativos adaptados, adultos informados y sistemas de salud rigurosos que prioricen la comprensión sobre la medicación. Hay niños con TDAH que necesitan apoyo clínico, pero hay millones más que solo necesitan correr, explorar, equivocarse y ser felices. Ser niños.

Referencias seleccionadas

American Psychiatric Association. (2022). DSM-5-TR: Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition, Text Revision. Washington, DC: APA.  

Faraone, S. V., Asherson, P., Banaschewski, T., et al. (2015). Attention-deficit/hyperactivity disorder. Nature Reviews Disease Primers, 1, 15020.  

Gogtay, N., Giedd, J. N., Lusk, L., et al. (2004). Dynamic mapping of human cortical development during childhood through early adulthood. Proceedings of the National Academy of Sciences, 101(21), 8174-8179.  

Polanczyk, G., Salum, G. A., Sugaya, L. S., et al. (2015). Annual Research Review: A meta-analysis of the worldwide prevalence of mental disorders in children and adolescents. Journal of Child Psychology and Psychiatry, 56(3), 345-365.  

Rueda, M. R., Posner, M. I., & Rothbart, M. K. (2005). The development of executive attention: Contributions to the emergence of self-regulation. Developmental Neuropsychology, 28(2), 573-594.  

Sowell, E. R., Peterson, B. S., Thompson, P. M., et al. (2003). Mapping cortical change across the human life span. Nature Neuroscience, 6(3), 309-315.  

Storebø, O. J., Krogh, H. B., Ramstad, E., et al. (2015). Methylphenidate for attention-deficit/hyperactivity disorder in children and adolescents: Cochrane systematic review with meta-analyses and trial sequential analyses of randomised clinical trials. BMJ, 351, h5203.  

Thomas, R., Sanders, S., Doust, J., et al. (2015). Prevalence of attention-deficit/hyperactivity disorder: A systematic review and meta-analysis. Pediatrics, 135(4), e994-e1001.  

Barkley, R. A. (2013). Taking Charge of ADHD: The Complete Authoritative Guide for Parents. New York: Guilford Press.  

Hinshaw, S. P., & Scheffler, R. M. (2014). The ADHD Explosion: Myths, Medication, Money, and Today’s Push for Performance. Oxford: Oxford University Press.

Firmado:

Dr. Ramón Reyes, MD

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