🇪🇸 El aventurero francés admiraba por muchas razones el carácter español y dedicó un texto a lo que él llamó las «Rodomontades Espaignolles», que se ha traducido de forma poco precisa como «Bravuconadas de los españoles». No obstante, en su momento «rodomontade» no tenía el significado negativo que le vincula hoy a fanfarronería, sino que se entendía a cuando la altanería de palabra y acción se acompañaba de ingenio y agudeza. De ahí que al inicio de su texto Bourdeille proclame que «las fanfarronadas españolas superan a las de cualquier otra nación, tanto que la nación española es brava, bravucona y valerosa, y de genio vivo y hábil para improvisar frases con ingenio».
Un ejemplo de estas contestaciones bravuconas, recogida por Bourdeille, es la que él mismo escuchó durante el socorro de Malta, cuando Felipe II envió en 1565 una flota al rescate de la isla cristiana, defendida por la Orden de San Juan ante las acometidas del Imperio otomano. «Señor, yo lo diré: hay tres mil italianos, tres mil tudescos (alemanes) y seis mil soldados españoles»
Y es que la escuela de esgrima española, «la Verdadera Destreza» (un método global de lucha con espadas con un fuerte componente matemático, filosófico y geométrico), hacía de los españoles los más habilidosos esgrimistas de Europa. Se les temía, sin duda.
Más ejemplos de «rodomontade». Un soldado de las Islas Canarias estaba pálido y tembloroso antes de un asalto, a lo que un capitán castellano le reprochó su miedo. Con confianza, replicó el canario: «Treman las carnes porque como humanas y sensibles, en mi bravo, valiente y determinado corazón las lleva y las trae al postrero paso, donde mas no han de volver». Una respuesta ingeniosa y poética, para justificar que ante una amenaza mortal tiemble hasta el alma.
Las bravatas de esta clase resultan un elemento habitual en los ejércitos de todos los tiempos y una forma de desviar tensión durante situaciones extremas. La diferencia respecto a otros países, al menos según Bourdeille, es que ninguna otra nación de su tiempo se manejaba también en ese tipo de frases ingeniosas, lo que no resulta sorprendente si se tiene en cuenta que la literatura castellana vivía su particular Siglo de Oro y algunos poetas, como Garcilaso de la Vega, Lope de Vega o Calderón de la Barca, pertenecieron a esa misma milicia.
Próspero Colonna, comandante italiano al servicio del Imperio español, fue informado de que entre sus tropas había un español llamado Lobo capaz de ganar a cualquiera en velocidad incluso cargando él con un carnero a la espalda. El italiano se propuso probar si era cierta la bravuconería, a lo que le encomendó que capturara a un soldado francés del campamento enemigo y lo trajera rápido cargando con él. Y como si fuera un carnero, lo cargó a hombros y lo llevó a su presencia para que le interrogaran los oficiales de Colonna. El comandante rió al ver la estampa y recompensó a Lobo por su hazaña.
Cuenta el cronista francés que un franciscano visitó la corte portuguesa cuando se celebraba con gran algazara el aniversario de la batalla de Aljubarrota, una desastrosa derrota castellana acontecida a finales de la Edad Media.
El Rey portugués preguntó al español si en Castilla se celebraban también fiestas tales por semejantes vencimientos. «No se hacen, porque son tantas las victorias nuestras, que cada día sería fiesta, y morirían los oficiales [artesanos] de hambre».
Y sobre respuestas demoledoras, en cierta ocasión un soldado español retó a duelo a un noble italiano. No siendo de su mismo linaje, el italiano envió al envite a su mayordomo. «Yo lo otorgo porque, por muy ruin que sea, será mejor que vos», contestó el español con mala leche. Caso parecido, pero a la inversa, al de un noble castellano que queriéndose batir con un soldado de un linaje muy bajo, lo que estaba explícitamente prohibido en Castilla, aseguró que estaba dispuesto a rebajarse la sangre: «Decidle que me hago de tan ruin linaje como el suyo, y que se salga a matar conmigo a tal parte».
La picaresca también estaba muy presente en estas bravatas recogidas por Pierre de Bourdeille. Un joven pícaro con bigote y una barba espesa respondió a los que preguntaban cómo tenía, siendo un adolescente, tanto mustacho: «Estos bigotes fueron hechos al humo del cañón, por eso crecen tan grandes y tan presto».
A los soldados españoles, cuenta Bourdeille, ningún enemigo les parecía demasiado feroz o numeroso. Un soldado bisoño que charlaba con sus compañeros durante una de las operaciones de Don Juan de Austria, héroe de Lepanto, en la rebelde Flandes preguntó sobre las tropas enemigas: «¿Cuántos son?». A lo que un compañero le replicó: «Vayate al diablo, con tu cuestión y cuenta; di más bien: Vayamos a ellos, quantos que sean».
En este sentido, estando Francisco I de Francia prisionero en Madrid, el Monarca intentó sobornar a Hernando de Alarcón, capitán de la guardia que le vigilaba; y él contestó: «No quiera Dios que estas mis canas, nacidas al servicio de mi Rey, las manche yo por todo el oro del mundo».El propio Carlos I y V de Alemania, contagiado de la bravuconería hispana, respondió bravo en una audiencia con el Papa. Un incidente que ilustra la importancia que adquirió el castellano para el Monarca debido a la aportación militar y económica que hacía Castilla a su poder, a pesar de que cuando puso pie en la Península no hablaba apenas este idioma. Pierre de Bourdeille refiere que «estando Carlos en Roma habló delante del Papa, de los embajadores y de los cardenales bramando un tanto por arrogancia de su victoria en Túnez y La Goleta».Lo hizo delante de dos embajadores franceses, que reconvinieron a su Cesárea Majestad por expresarse en español y no en otro idioma más inteligible. El Emperador dio la espalda a uno de esos embajadores, el del Rey galo, y se dirigió al otro, el embajador francés ante su santidad: «Señor obispo, entiéndame si quiere; y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana»
Bandera de los Tercios Españoles (Cruz de Borgoña con el Águila Bicéfala)
📸Janitoalevic -
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