En la tradición celta, el 25 de diciembre no era una fecha celebrada como tal, pero el período cercano a esa fecha coincidía con las celebraciones del solsticio de invierno, que tenía un profundo simbolismo en su cultura. Este solsticio, alrededor del 21 de diciembre, era conocido como “Alban Arthan” o “Yule” y marcaba la noche más larga del año. Los celtas celebraban este momento como el regreso de la luz, un renacer que auguraba la llegada de días más largos y el eventual retorno de la primavera.
En la festividad de Yule, los celtas reconocían la importancia del equilibrio entre la oscuridad y la luz. Encendían hogueras y velas para simbolizar la esperanza y el calor que mantendría el espíritu encendido hasta la llegada de la primavera. Uno de los rituales más conocidos era la quema del tronco de Yule, un leño que se decoraba y luego se prendía en el hogar para atraer prosperidad y proteger el hogar durante el nuevo ciclo de luz que comenzaba. También adornaban sus espacios con ramas de acebo, muérdago y pino, plantas que simbolizaban la vida y la renovación.
Este tiempo era propicio para reflexionar sobre el año que había pasado y para establecer intenciones para el año venidero. Los celtas veían el solsticio de invierno como un momento sagrado de introspección y transformación personal. Celebraban con banquetes, música y cuentos que evocaban la resiliencia y el poder de la naturaleza para renacer de la oscuridad.
En esencia, para los celtas, el solsticio de invierno no era solo el punto de mayor oscuridad, sino también un recordatorio de que la luz siempre regresa, un principio que resonaba profundamente en sus creencias sobre la conexión con el ciclo eterno de la vida.
Fuentes:
Green, Miranda J. The Celtic World. Routledge
MacKillop, James. Dictionary of Celtic Mythology. Oxford University Press
Ellis, Peter Berresford. The Ancient World of the Celts. Barnes & Noble
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