Insulina hormona producida por las Células B de los islotes de Langerhans en el páncreas
A poco no sabías qué…La hormona que revolucionó el tratamiento de la diabetes
Hace unos 2.500 años, médicos indios observaron que la orina de ciertas personas atraía a las moscas y las hormigas por su dulzor.
Lo llamaron madhumeha, “orina de miel”, notando que los afectados padecían de fuerte sed y mal aliento. Aunque la enfermedad fue frecuentemente reseñada por médicos grecorromanos como Galeno y autores medievales en Occidente y Oriente, no fue hasta 1674 cuando un médico europeo, el inglés Thomas Willis, anotó en una obra científica, Pharmaceutice rationalis, el sabor dulce de la orina de los diabéticos, comprobado por él mismo.
Willis utilizó el apellido “mellitus” para la enfermedad, añadiendo el término latino que significa “dulce como la miel”. En 1776 Matthew Dobson mostró la presencia de azúcar en la orina de estos enfermos, y en 1797 John Rollo aplicó un pionero tratamiento dietético de la diabetes que después se llamaría de tipo 2.
En 1915 Frederick Allen y Elliott Joslin experimentaron con una dieta de ayuno baja en carbohidratos. Sin embargo, ninguno de aquellos primeros avances se acercó al origen de la enfermedad; una afección del riñón era la apuesta más común, aunque Willis lo atribuía a la sangre.
Varios científicos notaron alteraciones en el páncreas en las autopsias de enfermos, pero fue en el XIX cuando los experimentos y observaciones de Joseph von Mering, Oskar Minkowski y otros certificaron que la disfunción de este órgano, implicado en la digestión, causaba la enfermedad.
Por otra parte, el estudio microscópico llevaría a reconocer el papel de los islotes de Langerhans, masas de células que había observado por primera vez el patólogo alemán Paul Langerhans en 1869.
Poco a poco fue comprendiéndose que el páncreas ejercía además una función endocrina que regulaba la glucosa en la sangre, y que su fallo obligaba a los riñones a emplearse a fondo para eliminarla, lo que causaba la abundante micción, la deshidratación y la sed. Faltaba encontrar el ingrediente esencial que el páncreas suministraba al organismo y cuya ausencia causaba la diabetes.
Si nos atenemos a la historia que escriben los premios Nobel, en 1921 Frederick Banting y John James Rickard Macleod descubrieron y aislaron la insulina en la Universidad de Toronto, y al año siguiente trataron al primer paciente. Por este hallazgo, en 1923 ambos recibieron el Nobel de Fisiología o Medicina.
La realidad fue más complicada: Banting trabajó en el laboratorio de Macleod con la ayuda del estudiante de este, Charles Best.
Para la purificación de los extractos pancreáticos crudos de perros y vacas contaron con el bioquímico James Collip. Pero entre Banting y Macleod surgió una agria enemistad. Cuando ambos fueron distinguidos con el Nobel, el primero se enfureció por el desprecio a su colaborador Best, a quien donó la mitad del premio, y Macleod hizo lo propio con Collip. En décadas posteriores Banting y Best trataron de minimizar el mérito de Macleod y Collip, hasta que las revisiones independientes de la historia repartieron los merecimientos entre los cuatro.
Con la insulina ya identificada y aislada, las investigaciones posteriores trajeron la salvación para los enfermos de diabetes. Casi de inmediato la farmacéutica Eli Lilly and Company comercializó la hormona para el gran público, y en la década de los 40 la compañía Novo Nordisk lanzó la primera insulina de acción prolongada. En 1951 y 1952 Frederick Sanger descifró la secuencia de aminoácidos de la insulina, la primera de una proteína, lo que permitió producirla por síntesis química.
En 1969 Dorothy Hodgkin determinó su estructura por cristalografía de rayos X. Estos hallazgos facilitaron la producción en masa de insulina bovina y porcina, hasta que en 1982 Genentech y Eli Lilly lanzaron la insulina humana (Humulina) generada en bacterias modificadas por ingeniería genética, la primera proteína comercial obtenida de este modo.
Desde entonces se han introducido distintas formulaciones, de acción rápida, media o lenta, junto con análogos de insulina y otros medicamentos que mantienen a raya los síntomas de una de las enfermedades que más se han beneficiado del progreso científico
La hormona que revolucionó el tratamiento de la diabetes
Hace unos 2.500 años, médicos indios observaron que la orina de ciertas personas atraía a las moscas y las hormigas por su dulzor. Lo llamaron madhumeha, “orina de miel”, notando que los afectados padecían de fuerte sed y mal aliento. Salvando una posible referencia más antigua en un papiro egipcio, esta podría ser la referencia documentada más temprana a la diabetes, una de las enfermedades no transmisibles más frecuentes en el mundo: según la Organización Mundial de la Salud (OMS) afecta a unos 422 millones de personas, una cifra que no ha parado de crecer en las últimas décadas. Y aunque cada año aún mata a un millón y medio de enfermos, frente a la casi segura sentencia de muerte que solía suponer en la antigüedad, puede decirse que su historia es la de uno de los mayores éxitos de la medicina en la cronificación de una dolencia fatal; todo ello gracias a un hallazgo clave: la insulina.
En el papiro Ebers, un tratado médico contiene recetas contra distintos males, se encuentra una de las primeras alusiones a la diabetes. Crédito: BMJ
En la monumental biblioteca de la Universidad de Leipzig, en Alemania, se conserva uno de los documentos que compiten por el título del tratado médico más antiguo. El papiro Ebers, el nombre del egiptólogo que lo dio a conocer, contiene cientos de recetas contra distintos males. Una de ellas pretendía curar el exceso de orina (poliuria), trastorno en el que algunos expertos han querido interpretar una mención a la diabetes. Más clara es la aparición de la enfermedad en los textos indios de la medicina ayurvédica adscritos a los autores Súsruta, Charaka y Vagbhata, que distinguieron entre lo que hoy llamamos diabetes de tipos 1 y 2. La alusión al dulzor de la orina (glucosuria) es un signo inequívoco que también recogió la medicina china. Curiosamente, este síntoma escapó a los médicos hipocráticos de la antigua Grecia, pero la abundancia de la orina dio a la enfermedad su nombre actual: diabetes, que en griego jónico significaba “pasar a través”, fue un término probablemente acuñado por el fisiólogo Demetrio de Apamea en el siglo II-I a.C.
EL CAMINO HACIA EL ORIGEN DE LA DIABETES
Aunque la enfermedad fue frecuentemente reseñada por médicos grecorromanos como Galeno y autores medievales en Occidente y Oriente, no fue hasta 1674 cuando un médico europeo, el inglés Thomas Willis, anotó en una obra científica, Pharmaceutice rationalis, el sabor dulce de la orina de los diabéticos, comprobado por él mismo. Willis utilizó el apellido “mellitus” para la enfermedad, añadiendo el término latino que significa “dulce como la miel”. En 1776 Matthew Dobson mostró la presencia de azúcar en la orina de estos enfermos, y en 1797 John Rollo aplicó un pionero tratamiento dietético de la diabetes que después se llamaría de tipo 2. En 1915 Frederick Allen y Elliott Joslin experimentaron con una dieta de ayuno baja en carbohidratos.
No fue hasta el siglo XIX cuando los experimentos de Joseph von Mering, Oskar Minkowski y otros certificaron que la disfunción del páncreas causaba la diabetes. Crédito: Wikimedia Commons
Sin embargo, ninguno de aquellos primeros avances se acercó al origen de la enfermedad; una afección del riñón era la apuesta más común, aunque Willis lo atribuía a la sangre. Varios científicos notaron alteraciones en el páncreas en las autopsias de enfermos, pero fue en el XIX cuando los experimentos y observaciones de Joseph von Mering, Oskar Minkowski y otros certificaron que la disfunción de este órgano, implicado en la digestión, causaba la enfermedad. Por otra parte, el estudio microscópico llevaría a reconocer el papel de los islotes de Langerhans, masas de células que había observado por primera vez el patólogo alemán Paul Langerhans en 1869. Poco a poco fue comprendiéndose que el páncreas ejercía además una función endocrina que regulaba la glucosa en la sangre, y que su fallo obligaba a los riñones a emplearse a fondo para eliminarla, lo que causaba la abundante micción, la deshidratación y la sed.
LA LUCHA POR AISLAR LA INSULINA
Faltaba encontrar el ingrediente esencial que el páncreas suministraba al organismo y cuya ausencia causaba la diabetes. Si nos atenemos a la historia que escriben los premios Nobel, en 1921 Frederick Banting y John James Rickard Macleod descubrieron y aislaron la insulina en la Universidad de Toronto, y al año siguiente trataron al primer paciente. Por este hallazgo, en 1923 ambos recibieron el Nobel de Fisiología o Medicina.
La realidad fue más complicada: Banting trabajó en el laboratorio de Macleod con la ayuda del estudiante de este, Charles Best. Para la purificación de los extractos pancreáticos crudos de perros y vacas contaron con el bioquímico James Collip. Pero entre Banting y Macleod surgió una agria enemistad. Cuando ambos fueron distinguidos con el Nobel, el primero se enfureció por el desprecio a su colaborador Best, a quien donó la mitad del premio, y Macleod hizo lo propio con Collip. En décadas posteriores Banting y Best trataron de minimizar el mérito de Macleod y Collip, hasta que las revisiones independientes de la historia repartieron los merecimientos entre los cuatro.
En 1982 se lanzó la insulina humana generada en bacterias modificadas por ingeniería genética, la primera proteína comercial obtenida de este modo. Crédito: Wikimedia Commons
Pero fue aún más complicado: en Rumanía, Nicolae Paulescu había obtenido, ocho meses antes que los canadienses, un extracto al que denominó “pancreína” y que reducía la glucosa en sangre. El trabajo de Paulescu no fue reconocido entonces, pese a que Banting y Best lo conocían, y la entusiasta filiación nazi del rumano terminó borrándolo del mapa.
Con la insulina ya identificada y aislada, las investigaciones posteriores trajeron la salvación para los enfermos de diabetes. Casi de inmediato la farmacéutica Eli Lilly and Company comercializó la hormona para el gran público, y en la década de los 40 la compañía Novo Nordisk lanzó la primera insulina de acción prolongada. En 1951 y 1952 Frederick Sanger descifró la secuencia de aminoácidos de la insulina, la primera de una proteína, lo que permitió producirla por síntesis química. En 1969 Dorothy Hodgkin determinó su estructura por cristalografía de rayos X. Estos hallazgos facilitaron la producción en masa de insulina bovina y porcina, hasta que en 1982 Genentech y Eli Lilly lanzaron la insulina humana (Humulina) generada en bacterias modificadas por ingeniería genética, la primera proteína comercial obtenida de este modo. Desde entonces se han introducido distintas formulaciones, de acción rápida, media o lenta, junto con análogos de insulina y otros medicamentos que mantienen a raya los síntomas de una de las enfermedades que más se han beneficiado del progreso científico.
Javier Yan https://www.bbvaopenmind.com/ciencia/apuntes-cientificos/insulina-hormona-tratamiento-diabetes/
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